En el marco del Día Internacional de los Pueblos Indígenas, la Iglesia católica en México hizo un llamado firme para que estas comunidades tengan un lugar real y decisivo en las decisiones que impactan sus vidas, sus territorios y su futuro. El mensaje, publicado este domingo en el editorial del semanario Desde la fe de la Arquidiócesis de México, subraya que reconocer a los pueblos originarios va mucho más allá de admirar sus artesanías o sus tradiciones.
La declaración enfatiza que abrir espacios donde su voz pese es un acto de justicia y responsabilidad, especialmente frente a los retos ambientales y sociales actuales. Para la Iglesia, estas comunidades no son simples notas al pie en la historia, sino protagonistas de un modelo de vida que promueve la armonía con la naturaleza y la sanación de profundas heridas sociales, «Escucharlos no es un gesto de cortesía; es un acto de justicia y de responsabilidad hacia el futuro común».
El 9 de agosto, fecha en que la ONU instauró el Día Internacional de los Pueblos Indígenas en 1995, se recuerda la primera reunión del Grupo de Trabajo sobre Poblaciones Indígenas celebrada en 1982. Este día busca reconocer derechos, proteger culturas y visibilizar a más de 476 millones de personas en más de 90 países, que representan más del 6% de la población mundial.
La Arquidiócesis advierte que, en un mundo acelerado donde las culturas se uniforman y la memoria histórica se desvanece, los pueblos indígenas transmiten un mensaje claro y silencioso. Custodian lenguas, ritos y saberes nacidos de siglos de convivencia armónica con la tierra, y su cosmovisión no es un vestigio del pasado, sino un faro para el presente y una brújula hacia el futuro.
El editorial también recuerda que estas comunidades, muchas veces marginadas y despojadas, han resistido con dignidad ante la exclusión y el abuso. A pesar de la incomprensión, siguen siendo guardianes de valores como el respeto por la naturaleza, la centralidad de la familia y la comunidad, la gratitud por los recursos recibidos y la certeza de que la vida es un regalo que debe protegerse en todas sus etapas.
La Iglesia concluye que el verdadero progreso no se mide únicamente en términos económicos, sino en la capacidad de las sociedades para vivir en paz y en equilibrio con su entorno. Escuchar y respetar a los pueblos originarios es, según su mensaje, una tarea urgente y necesaria para garantizar un futuro más justo y sostenible para todos.