Miles de chilenos experimentaron la fuerza de un terremoto de magnitud 6,1 que sacudió el norte del país este jueves. A las 16:43 hora local, la región del Desierto de Atacama sintió la fuerza de la naturaleza desde sus entrañas, mientras las autoridades corrían a evaluar el impacto.
El epicentro se ubicó a 104 kilómetros de profundidad, cerca de Calama y Tocopilla, según el Servicio Geológico de Estados Unidos (USGS). A pesar del susto, el Sistema Nacional de Prevención y Respuesta ante Desastres (Senapred) calificó el sismo como de «mediana intensidad» y aseguró que, hasta ahora, no se reportan víctimas ni daños materiales significativos. Además, el Servicio Hidrográfico y Oceanográfico de la Armada (SHOA) descartó cualquier riesgo de tsunami.
Chile, situado en el Cinturón de Fuego del Pacífico, es un experto en convivir con estos fenómenos. El país registra miles de temblores cada año, desde pequeñas vibraciones hasta terremotos memorables como el de magnitud 8,8 en 2010, que dejó una huella imborrable con 525 víctimas fatales y un tsunami devastador.
Lo ocurrido hoy es un recordatorio de lo imponente y, a la vez, impredecible que es nuestro planeta. En el desierto más seco del mundo, donde las estrellas suelen robarse el show por las noches, la tierra decidió hacerse escuchar. Los habitantes de Calama, Tocopilla y las regiones cercanas vivieron instantes de incertidumbre, pero también demostraron su capacidad de resiliencia.
Este episodio deja una reflexión importante: aunque los chilenos han aprendido a lidiar con los temblores como parte de su realidad cotidiana, nunca está de más recordar la importancia de la prevención. Tener un plan familiar, saber dónde están las zonas seguras y mantener la calma pueden marcar la diferencia.
Por ahora, la tierra vuelve a su calma aparente, mientras Chile sigue adelante, como siempre. Porque aquí, entre montañas, desiertos y costas infinitas, la naturaleza y su gente tienen un pacto: seguir en pie, pase lo que pase.